martes, marzo 28, 2006

Todo Cambia

Por Alexis Bastidas

El mundo a pesar de vivir a una gran velocidad ha decidido tener otro ritmo cuando se refiere a la calidad de vida de la humanidad. Las razones que motivan al hombre a la hora de cambiar son:
Hambre: Esta le hizo nómada, cazador, agricultor, etc. El hombre ha tenido importantes días en medio del hambre. Uno de ellos fue cuando tomó de la mano a un niño y le enseñó a no saciarse con la carne del hombre. Otro día fue cuando descubrió que compartir los frutos de la tierra era una herramienta importante en el proceso de salvarse y salvar vidas.
El hambre también ha proporcionado días horrendos a la humanidad, como cuando descubrió que el mundo tiene la capacidad de resolver la hambruna y decidió no hacerlo. Los subsidios agrícolas, las políticas de mercado sostenidas en la avaricia de quienes tienen la capacidad de ayudar a resolver esta calamidad y producir importantes cambios en la vida de la humanidad, eligieron no hacerlo.
El hombre cambia cuando tiene hambre y yace desnutrido .Rómulo Gallegos muestra en una de sus obras, como un peón al ver morir a su mujer y sus hijos con la barriga llenas de lombrices en medio de la imponente llanura destila lágrima a lágrima el dolor y la impotencia de no haberles socorrido con un plato de comida. El maestro nos recuerda que no sólo de amor vive el hombre.

Miedo: Tiene la virtud de exigir al hombre lo mejor de sí mismo o lo peor de sí mismo. Puede hacerle un héroe o un canalla. La historia que se encuentra incrustada en los genes de la humanidad y no en el armario de los héroes y famosos de la tierra dan buena fe de quién es el hombre frente al miedo.
Un alto porcentaje de decisiones que tienen incidencia en la vida de los pueblos tiene sus raíces en el miedo.
Racismo: Saliendo de las explicaciones comunes con las que la humanidad justifica esta penosa conducta. El hombre sabe en su intimidad que es racista por elección, tiene miedo de compartir la vida con alguien distinto de quienes le dan un falso sentido de seguridad. El hombre cambia la estructura social en muchos casos a causa del miedo. Un buen ejemplo de esta conducta es la predica del terror que ocasionan “los inmigrantes” a esta cultura.
Sectarismo: Otro fruto del miedo. Negar la libertad de conciencia ha afectado y sigue afectando pueblos y culturas a lo largo del tiempo. Quien no piensa como yo esta contra mí. El colmo del absurdo es procurar manipular la libertad de pensamiento y la libertad de religión entre otras cosas usando la fuerza del miedo.
Fanatismo: Expresión del miedo a la libertad. El hombre fanático es un ser cobarde. Es un ser que ha perdido la libertad de ser y de pensar. Esta conducta afecta y genera cambios profundos y radicales en la vida de los pueblos.

Odio: Esta es una fuente de cambio profundamente arraigada en la conciencia del hombre. ¿Cómo puede el hombre justificar el exterminio de uno o de millones de personas? El odio siempre justifica el crimen. Existen odio personales y colectivos, en todos los casos el odio es una elección que el hombre suele ocultar al público por causa de la vergüenza que dicha motivación ocasiona a una conciencia lucida, pero siempre esta presente en el ejercicio hipócrita de los intereses ocultos del hombre. Frutos del odio es la barbarie en todos los tiempos.

Estas son unas de las pocas razones por las cuales el hombre ha cambiado el mundo. Sin embargo es importante destacar que han existido y existirán en la humanidad seres que han generado importantes cambios en el modo como el hombre enfrenta su cita con el destino. Estas son aquellas personas que eligieron amar y transformar el mundo venciendo el hambre, el miedo y el odio.
¿Y tu cómo cambias al mundo?

sábado, marzo 04, 2006

El amor en tiempos de hambre

EL AMOR EN TIEMPOS DE HAMBRE
Por Alexis Bastidas


Recostado a la pared mirando en la distancia un bulto de tierra sobre el solar, contempla bajo el sol la sonrisa de su carrizito. Estrujada en el costillar, el alma de Zoilo busca consuelo por la muerte de su hijo. Transido de dolor luchaba con el feroz animal de la culpa. Agotado y sin fuerzas yace al borde de la demencia.
La brisa sopla susurrando cantos al infante sembrado en la tierra. Una mujer derrumbada cual montón de huesos, susurra a las topías del fogón quejidos y lamentos que poco a poco los abraza el fuego.
Días atrás todo era distinto. La dicha mitigaba con el dulce bálsamo del amor, la abundancia del hambre y de sudor, así como la escasez de pan y salud. Una pareja venida de otros lugares, enfrentaba a puño limpio los insidiosos ataques de la muerte. Cuando no era la peste, era la sequía y cuando no, era el raudal de agua que se venía del cielo como un montón de piedras que lo destruyen todo.
Zoilo y Teresa bendecidos en el amor, trajeron a este mundo un hermoso niño. Joaquín, quien se cernía sobre la basta extensión de tierra, como si fuera el amo y señor.
El tiempo, situado en el estadio en el cual transcurre la vida e historia de millones de seres humanos, sin memoria ni dato alguno que reconociese su existencia , excepto el amor entrañable de los suyos y el polvo cósmico del cual todos los hombres son hechos. Constituía el pasado, el presente y el futuro de Joaquín.
Los aciagos días del infortunio comenzaron a hacer mella en aquellos seres, que unidos en el amor y atrapados en las fauces de la miseria, veían como la piel se iba aferrando a los huesos, trayendo consigo el dolor y los calambres propios del hambre. No había día en el cual Zoilo no tratara de arrancarle con sus manos un trozo de vida a la tierra, pero todo era inútil. Estéril como una piedra, era aquel lugar, el cual procuraba nutrirse de la orgánica sustancia de estos moradores.
Al atardecer, sentados junto al fogón, con los platos llenos de caldo de yuca, heridos de muerte por haber nacido en la miseria y estar condenado a padecer el funesto arrebato de la indeferencia. Zoilo y Teresa ofrecían a su hijo Joaquín, el verdadero pan de la vida. Su amor.
Sus vidas consumidas como la cera es devorada por la llama en su peregrinar hacia la nada. Desafiaban en la sonrisa de Joaquín a la mismísima muerte. Una noche Joaquín comenzó a temblar repentinamente. Su madre al recogerlo de la estera y colocarlo entre sus brazos, aprisionaba la criatura junto a su corazón con el deseo de que su amor pudiera curar el mal que la consumía. Bañados en sudor, Teresa hurgaba el cielo en busca de Dios y este nada que aparecía. Se preguntaba ¿Por qué siempre que le necesitamos nunca aparece? En cambio la muerte y la desgracia no dejan de visitarnos. ¿Será que Dios existe para unos y no para todos? ¿Sabrá que nos estamos muriendo desde el día que nacimos en esta miseria? ¿Dónde estas que no vienes ayudarme? ¡OH Dios! que siempre pruebas mi fe con el penetrante dolor de la desgracia, muéstrame tu amor aquí y ahora. La fiebre consumía al pequeño Joaquín con abrasador fuego y al romper el alba Zoilo y Teresa vieron como la muerte le arrebataba de sus brazos al pequeño.
No hubo lágrimas, no hubo gritos, no hubo resignación. No había ni siquiera un papel que diera fe de la existencia de su hijo. Lo único que había en aquella pareja, era la certeza de que su hijo sembrado en el huerto de la miseria viviría del amor con el que se vence el hambre, la miseria y la muerte.